Largo domingo de noviazgo

Después de la maravillosa Amelie, había que ir a verla. Sin llegar a la altura de aquélla, es una oportunidad para volver a sumergirse en los paisajes privados de Jean-Pierre Jeunet, y perderse en la mirada de Audrey Tatou, que sigue asomando dos océanos tras sus ojos, y esa media sonrisa infalible capaz de iluminarlos.
No es una obra maestra, pero al menos resulta más interesante que (casi) cualquier producto comercial americano de la cartelera.
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