Largo domingo de noviazgo
Aunque la vimos ya hace un par de semanas, lo había prometido.
Después de la maravillosa Amelie, había que ir a verla. Sin llegar a la altura de aquélla, es una oportunidad para volver a sumergirse en los paisajes privados de Jean-Pierre Jeunet, y perderse en la mirada de Audrey Tatou, que sigue asomando dos océanos tras sus ojos, y esa media sonrisa infalible capaz de iluminarlos.
No es una obra maestra, pero al menos resulta más interesante que (casi) cualquier producto comercial americano de la cartelera.
Después de la maravillosa Amelie, había que ir a verla. Sin llegar a la altura de aquélla, es una oportunidad para volver a sumergirse en los paisajes privados de Jean-Pierre Jeunet, y perderse en la mirada de Audrey Tatou, que sigue asomando dos océanos tras sus ojos, y esa media sonrisa infalible capaz de iluminarlos.
No es una obra maestra, pero al menos resulta más interesante que (casi) cualquier producto comercial americano de la cartelera.
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