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Haddharamma

Reflexiones especulares

¿Quién roba a quién?

¿Quién roba a quién? Hace tiempo que hay una guerra abierta en el mundo de la música. Oficialmente nos la venden como una guerra de los buenos (SGAE, en defensa de los autores) contra los malos (manteros y piratas). Como todas las guerras, está basadas en medias verdades y mentiras, y argumentos demagógicos e infantilizados escritos con tinta gruesa.

La realidad es que la SGAE no defiende los intereses de los autores, y mucho menos de los pequeños autores (pequeños en ventas), que es precisamente el reclamo que más agitan para intentar despertar la comprensión solidaria del usuario/comprador final. La SGAE defende en exclusiva en primer lugar sus propios intereses como asociación sin ánimo -supuestamente- de lucro, pero con una sospechosa rentabilidad, que además va a parar a bolsillos bastante privados. Y en segundo lugar, defiende los intereses de una industria, es decir, discográficas, productores y los -exclusivamente- autores de superventas (léase Alejandro Sanz and Co.)

Es como si la SGAE pretendiera ser la patronal y a la vez el sindicato para los currantes. Si a eso le sumamos la obligación -en la prácitca- de asociarse, la cosa atufa a sindicato vertical: recauda cuotas y márgenes comerciales entre los que menos ganan para defender los intereses... de los que más tienen. ¿Os suena?

La reflexión crucial es la siguiente: ¿quién roba a los autores? ¿Los manteros? ¿Por privarlos de unos derechos de copia que de cualquier forma -aunque se vendieran como copias legales- tampoco percibirían, perdidos entre royalties, márgenes de las productoras, gastos de representación y mil trampas legales más? ¿O tal vez la asociación que recauda dichos márgenes exclusivamente en su propio beneficio?

Alaska ya fue valiente denunciando esto: si te copias un disco, los royalties que dejo de ganar son ninguno, porque de todas formas se los quedarían entre la SGAE y la discográfica. Casi se la comen, y se notó bastante que la obligaron a rectificar públicamente con presiones. Los artistas, salvo los super-mega-ventas, no viven de los discos sino de los conciertos (donde por cierto la SGAE ya está intentando meter también su cuchara de oro), que es además donde se ve si un grupo sabe hacer música o es un mero producto mediático.

La SGAE podría esgrimir un último argumento: representa legítimamente los intereses de una industria. Bien, es cierto. Pero si esta industria está en crisis, perdiendo mercado por momentos, y vivimos en un sistema capitalista liberal (con desregulación de mercados y abaratamiento de los costes laborales y despidos), ¿no tendría que afrontar la industria sus propios problemas reconvirtiéndose? Si los astilleros, o la minería ya no son rentables, se cierran, y a los miles de trabajadores que van a la calle se les dice: "lo sentimos, es el mercado, hay que reconvertirse porque esto no es rentable, tendréis que reciclaros". Si una empresa tiene personal fijo veterano, lo echa y les dice: "no podemos mantener los costes de los derechos laborales -aunque te los hayas ganado con años de esfuerzos-, tendrás que irte a la calle y reciclarte".

Pues bien, ya que tenemos liberalismo salvaje, que pasemos todos por el mismo embudo. Si una industria ineficaz, con un modelo comercial obsoleto, llena de vicios y con unos costes desproporcionados, que explota a sus artistas, tiene unos márgenes bestiales y aun así no sabe sobrevivir y enferma por momentos, tendrá que reconvertirse. Ajustar costes (eliminando productores-chupasangre, no artistas-currantes), reconvertir completamente su modelo comercial, de distribución, promoción (vendiendo canciones por Internet y cobrando sólo por el coste de producción musical, y no el inexistente coste de copia). Y tal vez los grandes emporios tengan que dar paso a productoras más pequeñas que actuen más como tiendas virtuales online donde los artistas muestren y vendan su trabajo. O quizá otra fórmula imaginativa. Reconversión, no represión.

No estoy dispuesto a seguir pagando lujos a una industria ineficaz, para que encima explote a los artistas en nombre de sus supuestos intereses. El canon por copia privada, la campaña criminalización del top manta y las descargas desde las redes P2P en Internet, las declaraciones de artistas superventas rasgándose la camisa y abriéndose el pecho por la piratería -la de la calle, no la de la SGAE-... Represión, demagogia y guerra de manipulación.

Toda esta reflexión, que me vengo haciendo hace tiempo, viene propiciada por este artículo en IBLNEWS, que también se debatió en Barrapunto. Lectura recomendada por la claridad con que expone unos argumentos que caen por su propio peso, pero que además hay que saber defender.

Por supuesto no me he olvidado de los artistas. Nunca he comprado un disco pirata, porque tampoco tengo interés en hacer ricas a las mafias de piratería, aunque admito que me dan pena los inmigrantes que no tienen otra forma de vida. Seguiré soportando a los artistas que me merecen estima, pero no comprando el disco para beneficio exclusivo de su discográfica, sino yendo a sus conciertos, que es de lo que comen. Y donde además se distingue a los verdaderos artistas de los niñatos-producto de usar y tirar.

P.D. Últimamente me estoy extendiendo mucho. Prometo que mi próxima entrada será más breve.

Hace calor. Afortunadamente.

Hace calor. <i>Afortunadamente.</i> Leyendo este artículo en la bitácora de mi amigo Epaminondas Pantulis acerca del emblemático cartel (un icono extinguido de antaño en los bares malagueños), me animé a continuar su reflexión escribiendo un artículo aquí, en mi bitácora.

Más de una vez me hice las mismas preguntas que Epaminondas cuando al encontrarme con el anuncio del gordo sudoroso con su cerveza Victoria Malagueña y Exquisita. Y también comparto algunas de sus reflexiones: el gordo está sudando de calor, pero a pesar de ello parece contento. Lo lleva bien. Antes la gente asumía el calor del verano y el frío del invierno con la misma naturalidad que la luz del día y la oscuridad de la noche. ¿Acaso lo terrible sería que no hiciera calor en verano y frío en invierno?

La sociedad occidental continua su proceso de desnaturalización. La civilización urbaniza la naturaleza, es decir, la entierra bajo asfalto y hormigón, la esconde y la olvida, pero lo hace convencida de que no se trata de abandono, sino superación. También la carboniza con los icendios forestales, la envenena con los aznalcóllares de turno, y la malvende por unas pocas monedas de oro (de la boda real, eso sí, que tienen más glamour artificial). Pero todo esto da igual porque ya está olvidada.

La naturaleza estorba. Hay que luchar contra ella, vencerla, superarla. Por eso ahora el calor del verano y el frío del invierno molestan, van contra la naturaleza (humana, claro). ¡Qué ofensa! Nosotros aquí civilizando el mundo y la naturaleza tan desconsiderada resistiéndose con sus ciclos y demás puñetas. Los aires acondicionados y calefacciones que se han hecho tan populares en los últimos años no son sino un paso más de desnaturalización, igual que comer en un MacDonalds: ¿dónde está la carne, y lo qué es peor, con qué residuos la han fabricado? Pero da igual: la imitación de lo natural es superior a lo natural, la raza humana es superior, su infinita capacidad de estupidez la aupa a un escalón superior al resto de los animales con su obsoleta naturaleza.

Conseguir un objetivo difícil sin realizar ningún esfuerzo es lo verdaderamente natural. Podemos disfrutar de potajes y caldos caseros de la abuela enlatados y de preparación instantánea, conseguir musculaturas portentosas y adalgazamientos estilizantes en dos semanas sin sudar gracias a nuestro Ortopedic-o-Matic, y bronceados playeros en 30 minutos gracias a nuestro Death-Rays-Solar-Grill, hacer footing o bicicleta sin movernos de la salita del televisor gracias a nuestro Armatost-Enormatic. El color natural del cabello a los sesenta años es el negro-azabache-Grecian-2000, y no esas canas que te hacen aparentar la edad que tienes. Las arrugas no reflejan los años de experiencia, sino la imperdonable dejadez por no combatirlas durante años con potingues y operaciones.

Tómese cualquier alimento, elimínese una parte esencial y nos quedaremos con su verdadera esencia urbana: lo light. Tomamos golosinas sin azúcar, bebidas alcohólicas sin alcohol, frutos transgénicos sin hueso, mayonesa sin huevo, leche deslechada, tabaco sin nicotina y nicotina sin tabaco.

Lo artificial es mejor y eso no se discute. Es mejor la hamburguesa del MacDonnalds, aunque para encontrar la carne haya que encargar un análisis químico a un laboratorio. Es mejor ir estresado circulando en coche (circulación: breve intervalo anómalo entre dos estados estables de atasco), que ir andando disfrutando del paseo. Es mejor aniquilar el silencio de la noche con los estruendos lanzados desde los equipos de ruido (hay quien dice música) de coches maquineros y vecinos que tienen el detalle de imponernos sus gustos. Y por supuesto es mejor pasar frío en verano poniendo el aire acondicionado a 15ºC, y pasar calor en invierno con la calefacción a 30ºC.

Volviendo al cartel que originó toda esta reflexión, sinceramente: el icono del gordo pasando calor me parece un monumento a la sabiduría: ese señor pasa calor y no se amarga por ello, al contrario, disfruta de las cosas del verano. Como se disfruta de la luz de un domingo por la mañana; y de la tranquila intimidad de la oscuridad nocturna.

Hace calor porque es verano y toca. ¿No es estupendo?

El último inmigrante

Según leo en múltiples fuentes, parece que la película El Último Samurai está basada en una historia real. A los americanos siempre les ha gustado mucho aquello de "Basada en un hecho real". Por supuesto la palabra 'basada' hay que entenderla como un pasaporte que otorga libertad a los productores para cambiar algunos detalles; generalmente aquellos detalles fundamentales que construyen la esencia de la historia.

En esta película el cambio principal es la nacionalidad del personaje: no se llamaba Mathan Adler sino Jules Brunet y era francés, no americano. Era un capitán de artillería con demostrada buena reputación, y también un hombre cultivado con aficiones como la acuarela. Fue una legión francesa la que fue enviada a Japón, a modo de asesoramiento y demostración militar, para luchar junto con un shogun contra el ejército de otro señor de la guerra, éste asesorado y equipado por americanos y británicos. La legión francesa fue pronto derrotada y repatriada. El capitán Brunet se quedó luchando con los guerreros japoneses. Al final fueron derrotados, en una batalla aún más desigual que la que se muestra en la película.

Pero Brunet no era un hombre desarraigado y sin motivos para vivir, sino un hombre con convicciones y sentido práctico, como buen militar, y antes de ser apresado huyó en un barco francés. Volvió a Francia y fue inicialmente apartado del ejercito por un consejo de guerra. Pronto Francia entró en guerra con Prusia, y como quiera que en las guerras la diferencia entre héroes y canallas suele ser sólo un matiz añadido por el cronista que lo narra, volvieron a requerir de sus servicios y de hecho llegó a ser Jefe del Estado Mayor.

Lo que me atrae de esta historia es cómo un occidental con convicciones firmes y una filosofía de vida arraigada, se encuentra con la cultura y filosofía orientales abismalmente distinta a la nuestra y queda fascinado, hasta el punto de cambiar para integrarse en aquella sociedad feudal, en un viaje personal a la par de descubrimiento y de maduración. Jules Brunet no era, como se muestra en la película, un militar asqueado de las contradicciones e hipocresías de su propia sociedad, sino un hombre cultivado con convicciones firmes y motivaciones por las que luchar. Y sin embargo fue lo bastante abierto como para no quedarse ahí, sino abrirse a un universo social, cultural y filosófico con el que se topó de repente. Iba como instructor y volvió como aprendiz.

Aquí es donde me chirriaba la historia que cuenta la película: los americanos (los anglosajones en general) no son un pueblo precisamente conocido por su apertura a otras culturas. Tienen la suya propia, desde luego, y viven muy satisfechos ignorando felizmente al resto del mundo, al que se limitan a ridiculizar en parodias superficiales. Lo ilustra muy bien Billy Wilder en la genial sátira "¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre?". Al llegar el Cónsul americano a la pequeña isla del sur de Italia, comentaba nada más bajarse del helicóptero al protagonista americano: "Estos italianos son imposibles, no hay forma de entenderse con ellos. No tengo nada en contra de que los extranjeros hablen su propio idioma, pero es que cada país tiene uno distinto. Deberían ponerse todos de acuerdo y hablar un único idioma extranjero".

Los americanos exportan su cultura como si fuera netamente superior a las demás y debiera evangelizar a éstas mediante una colonización cultural, sembrando sus filosofía de vida en otros países. Los países "extranjeros" además nos prestamos gustosos a esta extraña transacción en la que les compramos "modo de vida", como un bien con el que se comercia, y además de darles nuestro dinero olvidamos nuestras propias costumbres.

Retomando la historia que nos conduce, no me imagino a un americano, capitán de caballería y héroe de guerra haciendo justo el viaje inverso. Porque, además, el protagonista fue a Japón a trabajar para ellos como extranjero. Eso se llama 'inmigrante'. De nuevo justo al revés del flujo histórico de inmigración que llevaba a europeos y chinos a buscar la "tierra prometida" en América.

Y sin embargo y a pesar de las grandes diferencias culturales y de forma de ser que les separaba, fue aceptado e integrado en su sociedad. Y no para limpiar establos; llegó a ser la mano derecha del señor de la república de Ezo, que habían constituido los últimos samurais rebeldes. Si bien es cierto que las ayudas militares extranjeras suelen ser bienvenidas en cualquier parte en tiempo de guerra, la sociedad japonesa demostró también estar abierta lo extranjero, a lo distinto y extraño.

Esto me lleva a una reflexión final acerca del choque de culturas. La cultura española, que tiene arraigada -al menos en mi tierra- la filosofía mediterránea de la mezclase en vez de luchar, de integrar en vez de cerrarse, está empezando a perderse. Aquí en Andalucía nos ha invadido a lo largo de la historia todo el todo enemigo que se haya tomado la molestia, y es precisamente la suma de lo que ha ido dejándose aquí cada cultura, todo mezclado, lo que constituye nuestra actual cultura mediterránea.

Después de siglos de enviar emigrantes a medio mundo, ahora que empezamos a alcanzar cierta prosperidad nos cerramos al extranjero inmigrante, lo apellidamos como ilegal. Nos volvemos una sociedad conservadora. Esos sudamericanos que ahora ridiculizamos fueron los que nos acogieron durante épocas de miseria -hambruna- y persecución. Esos moros que ahora despreciamos, fueron los que trajeron la civilización y la cultura a la península Ibérica en la edad media, encumbrando a Al-Andalus como uno de los centros de conocimiento -a todos los niveles- más avanzados de su época, cuando los cristianos (descendientes al fin y al cabo de los bárbaros que arrasaron la civilización romana) andaban aun a cachiporrazos en luchas intestinas entre reinos de oscuridad.

No hay más que comparar la harmonía geométrica de Mezquita de Córdoba, la maravilla de cuento de hadas de la Alhambra, con las rollizas y pequeñas iglesias románicas y los toscos castillos de los nobles -es un decir- Cristianos. La libertad, tolerancia y fertilidad de culturas y pensamiento científico, filosófico y religioso, frente a la tenebrosa represión monolítica de la iglesia crisitiana, que se permitía el derroche de quemar en la hoguera de los herejes a muchas de sus mejores mentes pensantes.

Pero ahora somos Europa. Europa cerrada con llave. Brunet fue un inmigrante pero nunca lo estigmatizaron por ello. Haced este ejercicio: si la historia tuviera que repetirse en estos días, y fuéramos nosotros los que recibiéramos a un nuevo Jules Brunet -pongamos- africano... qué poco se parecería a la historia del último samurai.

Resultados electorales

Resultados electorales Como decía Epaminondas en su bitácora: "el terror ha votado". El resultado de las elecciones me ha sorprendido enormemente. Todos contábamos con que el pueblo castigaría al fin al PP la fascistada de meternos en una guerra absurda desoyendo nuestros gritos de indignación. Cierto que nadie pensaba ya que el PP fuera a revalidar la mayoría absoluta. Yo estimaba que perdería entre 10 y 15 escaños. Pero nunca imaginé que fuera a descalabrarse perdiendo 35 escaños, y que el PSOE ganaría las elecciones recogiendo la colecta de votos de castigo, hasta alcanzar una mayoría simple gobernable. ¿He dicho 'gobernable'? Ya veremos...

Hasta el 10 de Marzo las encuestas le daban una nítida mayoría al PP, bailando al límite de la mayoría absoluta. Los españoles no estaban suficientemente desencantados. O quizá los votantes indecisos de centro estaban desencantados por igual con la gestión del PP y con la desorganización del PSOE. El voto de la derecha es religiosamente fiel y unitario, mientras que el de la izquierda es plural, fragmentado. Y desengañado. Los votantes de izquierdas nos movemos entre el rechazo a las distintas opciones políticas, y votamos a aquella que nos haya desengañado menos. Muchos se quedan en casa, y la resta de su voto a la izquierda se traduce implícitamente en la suma de un voto a la derecha. Al margen de las aritméticas y álgebras electorales, lo cierto es que hasta el miércoles 10, España votaba PP.

Pero el terror ha votado. Siento que los españoles hayan necesitado que les llevaran el horror a casa, un servicio de entrega de crudas realidades a domicilio, para abrir los ojos y castigar la arrogancia y los errores del PP. Este ataque a la democracia les ha hecho despertar y ha removido las conciencias. Tocaba cambio, pero los españoles que como ciudadanos se indignaban y protestaban, como electores le daban sumisamente la razón con su voto -directo o rebotado- a la gestión del gobierno del PP. "Seguid haciéndolo así de mal; nos da igual, os vamos a seguir votando". Ahora, con la afilada sensación del deber responsable, de querer contribuir con algo a cambiar este asco de realidad, se han dado cuenta por fin de que el voto no sólo puede ser útil sino que también debe ser responsable.

No hay que confundirse. España no ha votado PSOE, ha concentrado en el PSOE su voto útil anti-PP. Los electores no son tan tontos como para olvidar los errores propios del PSOE, todavía desorientado, descoordinado, disperso e inmaduro desde que lo echaron del poder en el 96. Pero este voto de castigo no sólo se ha concentrado en el PSOE, al menos dos autonomías (Cataluña y País Vasco) han votado fundamentalmente nacionalismo. Y no un nacionalismo autonomista o localista, sino soberanista y separatista. El PSOE necesita además el apoyo de estos partidos para gobernar, y me temo que tendrá que pagar un precio alto por esto. Es preocupante el auge y radicalización de los nacionalismos en este país. Pero eso es otra historia, y me la guardo para otra ocasión...

Cierro con esta entrada el luto en mi bitácora. Los ecos del estruendo de las explosiones asesinas siguen resonando, y no hemos olvidado el dolor ni sus consecuencias. Pero creo que hay que continuar y volver a mirar hacia delante; lo contrario sería otorgar a los terroristas el triunfo que buscaban.

Miles de dramas

Miles de dramas Es imposible imaginarse el drama, las implicaciones de 200 muertes y 1400 heridos, multiplicada por el dolor de sus familiares y conocidos. Uno sólo puede asimilar los dramas individuales, las muestras personales personales de dolor, los testimonios repetidos de los testigos que han tenido el valor de contarlo.

Me quedo con los relatos de quienes acudieron a ayudar y cuentan que tuvieron que apartar cadáveres para auxiliar a los heridos debajo, quedándose con miembros y trozos de cuerpos en la mano al tirar. Aquella víctima que en sus últimos momentos de agonía gritaba: "¡Me muero! ¡Quiero ver a mis hijos!" Aquella otra mujer que ha perdido a toda su familia.

Pero por encima de todo, lo que me produce más horror es la escena que se encontraron los miembros de rescate y asistencias cuando, una vez evacuados los heridos, volvieron a los vagones para comenzar a retirar los cadáveres. Todos habríamos pensado en el terrible silencio que habría amordazado la escena. Pero no, el silencio estaba continuamente acuchillado por los sonidos de llamada de los teléfonos móviles, cuyos dueños ya no podrían atender nunca más. Llamadas de los familiares desesperados y temiéndose lo peor, desgarrándose poco a poco la esperanza contra el muro de silencio. En algún caso contestó algún policía nacional, qué sinistra resultaría la voz para la persona al otro lado del teléfono, que esperaba encontrar la voz de su ser querido.

Esos móviles que sonaban...

Millones de lutos

Millones de lutos Ayer 11M, por la tarde, fui al teatro con mi novia a ver una función con Rosa María Sardá. No habría ido de no ser porque se trataba de algo muy especial. Mi novia me había regalado la entrada como regalo de Navidad, tres meses antes.

Cuando llegamos al Cervantes nos encontramos a los actores sentados en las escaleras de entrada al teatro. La función se había suspendido, probablemente por decisión de las autoridades del teatro. Reconocimos a Rosa María Sardá, y la acompañaban Mercè Pons y Fernando Guillén. Estaban allí, sentados como unos ciudadanos más, junto con el resto de los miembros del retrato, como muestra de solidaridad, y de respeto ante los espectadores para quienes no iban a poder actuar.

Se mostraron muy llanos y accesibles, hablar con ellos fue como hacerlo con cualquier vecino. Les dio pena que me quedara sin el regalo que mi novia me había hecho con tanto cariño (y anticipación), pero todos coincidían en que los acontecimientos han desbordado la normalidad. No se puede continuar como si no hubiera sucecido nada. No nos supieron decir si volverían por aquí en otras fechas para representar la función que hoy no han podido.

Cuento esto como una muestra diminuta de los millones de lutos que se viven hoy en España. No sólo los oficiales, como cerrar los teatros y suspender actos, sino de los pequeños gestos personales en señor de dolor y respeto que se viven en todas partes. Nunca imaginé hace tres meses, cuando mi novia me sorprendió con el regalo de las entradas, que hoy iba a ser un día de tristeza en vez de celebración. Este es mi luto personal, junto con la emoción que me producen los acontecimientos.

En el fondo me ha alegrado que se suspendiera la función. Me sentía culpable, frívolo, por ir a divertirme en un día como hoy, cuando 1400 víctimas lo están pasando tan mal (más la relación exponencial de familiares y conocidos), y de ellos 192 ya no podrán disfrutar ni sufrir nunca más.

No creo que lea nadie esta página en muchos días -mi audiencia se reduce a unos pocos amigos-, y dudo aun más que la lea ninguna víctima directa o indirecta, familiar o conocido. Pero vaya con ellos mi luto como gesto de respeto, solidaridad y condolencia.

Día de luto

Día de luto Hoy pensaba publicar una nueva entrada en la bitácora, tras dos semanas sin publicar nada. Pero después de lo que ha ocurrido en Madrid esta mañana, me parecería una frivolidad haber hablado de otra cosa. Dejo hoy mi bitácora cerrada por luto, en solidaridad por las víctimas de la matanza, y también como muestra de mi asco por los asesinos. No hay en toda la naturaleza ejemplos de ningún animal que se comporte con tan tan miserables y bajos instintos.

Y aunque sé que no es el momento, no puedo evitar hacer pública mi reflexión: ¿hasta cuándo vamos a estar jugando a esta guerra de trincheras? Es evidente que los únicos culpables directos de estos asesinatos son los asesinos. Pero del estado de las cosas, de la cruda realidad de confrontación política y social que tenemos en este país, todos somos un poquito responsables. No me interesa tanto la inmensa responsabilidad de los políticos (que es más que evidente, y se les debería caer la cara de vergüenza), sino la de los ciudadanos de a pie. La mía, la tuya y la de cualquier hijo de vecino. ¿Cuál es el trocito de responsabilidad que corresponde a cada uno? ¿Qué es lo que podemos hacer y no estamos haciendo, qué es lo que estamos haciendo mal?

Y como entiendo esta reflexión como individual y hacia uno mismo, la reformularé en sus justos términos: ¿Cuál es mi pequeña porción de responsabilidad? ¿Qué es lo que yo puedo hacer y no estoy haciendo, qué es lo estoy haciendo mal? Tengo mi voz y tengo mi voto. Ojalá pudieran servir de algo. Con mi voto ejerceré mi responsabilidad en democracia. Aunque la opción política en democracia se ha visto reducida a votar con resignación la menos mala de las opciones (y aquí el criterio de cada uno variará, claro), tampoco creo votar a uno u otro partido sirva de mucho para cambiar las cosas. Con mi voz asistiré a las manifestaciones de ciudadanos. Tampoco se me ocurre mucho más que hacer.

Lo único que tengo claro en toda esta miseria es que en todas las confrontaciones, las guerras las hacen los que mandan y las víctimas inocentes las pone el pueblo. De nosotros, los pobrecitos de a pie, depende no seguirles el juego a los poderosos.