Zensation
Hace poco Inma me propuso ir al Gran Circo Nacional Chino. El anónimo lector seguramente estará pensando lo mismo que dije yo: "¿Al ciiiiirco? ¿Y encima chiiiino?".
Nunca me ha llamado la atención el circo. Y lo primero que huele a fiasco es el nombre. Lo del Gran Circo Nacional Chino me sonaba al "Circo Chino de Manocita Chen", que tenía de chino lo que Manolita de mujer. En general todos los circos siempre son internacionales, aunque nunca hayan cruzado Despeñaperros. Nunca oirás hablar del Gran Circo de Albacete, pero sí he visto muchas veces carteles del Gran Circo Americano, y el Gran Circo Internacional, que tenían toda la pinta de ser más ibéricos que el botijo.
La mayoría de los circos están orientados a los niños, que son los que se tragan el anzuelo y acaban arrastrandi a los padres. Por eso los circos suelen valerse de algún gancho infalible, imitaciones sospechosamente cutres de de algo de moda como (en su época) los combates de naves de la Guerra de Las Galaxias (con una pinta tan sospechosa que ni aun siendo yo un crédulo pubescente lograron hacerme picar), o más recientemente los "auténticos" Teletubbies (previsiblemente tan auténticos como el Yogur Griego de Danone).
De niño me encantaba el programa de Los payasos de la tele, presidía la tarde del sádado y lo esperaba con ilusión toda la semana. Pero no precisamente por los numeritos de acrobacias circenses, que me aburrían y me parecían siempre lo mismo. Los soportaba con impaciencia porque detrás venía el sainete de los payasos, que era la chispa y la estrella del programa. Recuerdo vagamente que una vez mi abuelo me llevó a un circo pequeño (cómo sería que aun siendo un niño impresionable ya me pareciera pequeño), pero no durante la función, sino antes. Me compró un muñeco del payaso Fofó con un saxofón que pitaba de verdad. Me pregunto qué sería de él... (¿Andeandará?).
Superada la infancia, el circo siempre me ha evocado una imagen decadente. Números de acrobacia manidos, mil veces vistos en televisión; animales denigrados en espectáculos humillantes, y mantenidos en unas penosas condiciones por las estrecheces económicas; ese triste testimonio de Ángel Cristo, que se lo comían los leones tan pronto volvía a la jaula tras salir del hospital (tal vez huyendo de las "leonas" y buitres que lo acechan fuera).
Pero quizá lo que más me deprime del circo tradicional es el trato a los animales. Siempre me he negado a contemplar cualquier clase de exibición que suponga directa o indirectamente maltrato a animales. Y para éstos el circo debe de ser infierno en la Tierra (con la excepción de los Toros, que tienen su circo romano especializado en las plazas). Humillados en espectáculos que los ridiculizan, encarcelados en jaulas claustrofóbicas, malnutridos y enfermos, careciendo de los cuidados veterinarios e higiénicos que necesitan, y lo más triste: maltratados de forma sistemática en virtud de su "entrenamiento". Son muchas las asociaciones de animales y zoos que, tras aceptar acoger un animal abandonado por un circo, denuncian el dantesco estado en que les llega. A veces lo único que pueden hacer por ellos es proporcionarles una muerte digna. No tengo palabras para describir este horror.
Para completar el cuadro surrealista de decadencia, una historia familiar: una tía mía se casó con un acróbata. Se conocieron en el Tivoli World (otro rincón de decadencia, entonces en su esplendor) donde ella trabajaba de telefonista y él fue a hacer unas actuaciones con un número de lanzamiento de cuchillos. Había trabajado en un circo, donde también aprendió a hacer acrobacias en el trapecio. Hasta llegó a actuar en el programa de Íñigo haciendo de extra, en el papel de un Gran Jefe Indio cabreado porque el prota bueno había seducido a su hija. Pegaba un par de carreras por la galería del piso superior del decorado, se colgaba en la lámpara de un brinco, y con una cabriola aterrizaba en el suelo, plantándose delante del prota. Ah, sí, también tenía texto: soltaba un contundente "¡Jau!", o algo por el estilo. Durante una década se dedicó a montar negocios -muy emprendedor él- en diversas actividades (desde una carnicería hasta un estudio de fotos, pasando por sacarse la licencia de piloto de avionetas), que siempre abandonaba en cuanto se hartaba a los pocos meses. Llevaba en las venas la necesidad de cambiar constantemente de lugar y ambiente, no podía estar mucho tiempo haciendo lo mismo. Un buen día acabó largándose. Dejó en la familia un recuerdo imborrable de la 'calidad personal' de la gente del circo.
Con todos estos antecedentes, la imagen que tenía del circo difícilmente podría ser más deprimente. Hasta que Inma se enteró que rondaba por aquí el Circo Chino, y me insistió en que fuéramos. Dejándome arrastrar por su ilusión fui, aunque con poca convicción.
La primera sensación que tienes al entrar es que la carpa es más pequeña por dentro de lo que te imaginas. Uno siempre tiene la imagen mental de los grandes espectáculos de circo de los años 30 y 40, con carpas inmensas, palos estratosféricos y varias pistas, como los que se veían en las películas americanas. Bueno, en realidad no me decepcionó porque ya contaba con ello. Y aquí acabaron mis reticencias.
El espectáculo nada tiene que ver con los prejuicios que yo tenía. La puesta en escena es muy artística. La armonía de danza, música y luces lo acerca más a un espectáculo de teatro. Por supuesto, hay muchas acrobacias. Y no todas son completamente originales, hay algunos números clásicos, pero en general éstas me sorprendieron tanto como la puesta en escena. Quizá por el minimalismo: hay que ver la imaginación que tienen para sacarle partido a cuatro cuerdas y tres aros. Y hay que ver la fortaleza que hay que tener para hacer lo que hacen. Además, no es lo mismo ver una pirueta en una tele pequeña mientras te tomas un refresco cómodamente repanchingado en tu sofá, que verlo en vivo a unos metros encima tuya y bajo la magia una carpa.
Van alternándose números masculinos y femeninos. En el espectáculo trabajan un montón de chinos/as (sé que son distintos, no por que fuera capaz de distinguirlos -parecen fotocopias-, sino porque salen todos juntos en un número de danza al principio), aunque evidentemente cada chino actua en más de un número. Lo cual no hace sino añadirles mérito. Hasta los niños tienen su propio número, y me impresionó por su dificultad, y lo cachas que están para lo pequeños que son. Críos de diez o doce años trepando y pegando brincos, con cuerpos pequeños pero con proporciones de adulto.
Hay un número en particular con dos parejas, en el que vuelan en una mezcla de fuerza y delicadeza, que me hizo emocionarme. El acróbata, colgado de un trapo en una postura irreal que le exige un enorme esfuerzo, parece sin embargo relajado y coge a su pareja con el gesto de quien levanta a un bebé de la cuna. La ejecución fluye con tal maestría que lo hacen parecer fácil.
El Gran Circo Nacional Chino es un circo actualizado, en la línea del Cirque du Soleil (Circo del Sol). Una evolución del concepto que mezcla arte (danza, música, puesta en escena) y circo (espectáculo, acrobacia y pirueta, sorpresa e ilusión) a partes iguales. Zensation, el espectáculo que han traído a España, ha ganado un premio en el Festival de Montecarlo, que al parecer viene a ser como los Óscar del circo.
No revelaré más, sólo me queda recomendaros que si tenéis la oportunidad, no os lo perdáis. Es un poco caro, pero merece la pena, y hay que entender que trabajan un montón de artistas y auxiliares, y eso hay que pagarlo. Cambiará vuestra visión del circo.
P.S. Releyendo el texto me he dado cuenta de que esto parece el guión de un anuncio prototípico de producto-sensación, de los que salen por las noches en televisión, en los que se muestran los supuestos testimonios personales de una serie de supuestos clientes convencidos: "Yo había probado muchos productos y artilugios para perder peso, me gasté montoooones de dinero pero ninguno funcionó. Me habían engañado muchas veces y era muy reacio a probar cosas nuevas. Había perdido completamente la esperanza, mi vida era un infierno. Pero desde que probé el sensacional 'Wonder Fat Destroyer', mi vida ha cambiado por completo. He perdido 40 kilos y ahora soy una persona feliz. Me han ascendido en el trabajo y he hecho nuevas amistades. ¡Ah!, y lo mejor de todo: ¡mi marido ha dejado de roncar! ¡Gracias, Wonder Fat Destroyer!"
Como sé que a estas alturas del rollo nadie me va a tomar en serio si intento convencerlo de lo contrario, haré de la adversidad una oportunidad, y aprovecho la ocasión para ofrecerme a los responsables de la gira del circo en España: si me lo pagan bien estoy dispuesto a repetir mi testimonio en programas de radio, centros comerciales y verbenas de barrio. ;^)
Nunca me ha llamado la atención el circo. Y lo primero que huele a fiasco es el nombre. Lo del Gran Circo Nacional Chino me sonaba al "Circo Chino de Manocita Chen", que tenía de chino lo que Manolita de mujer. En general todos los circos siempre son internacionales, aunque nunca hayan cruzado Despeñaperros. Nunca oirás hablar del Gran Circo de Albacete, pero sí he visto muchas veces carteles del Gran Circo Americano, y el Gran Circo Internacional, que tenían toda la pinta de ser más ibéricos que el botijo.
La mayoría de los circos están orientados a los niños, que son los que se tragan el anzuelo y acaban arrastrandi a los padres. Por eso los circos suelen valerse de algún gancho infalible, imitaciones sospechosamente cutres de de algo de moda como (en su época) los combates de naves de la Guerra de Las Galaxias (con una pinta tan sospechosa que ni aun siendo yo un crédulo pubescente lograron hacerme picar), o más recientemente los "auténticos" Teletubbies (previsiblemente tan auténticos como el Yogur Griego de Danone).
De niño me encantaba el programa de Los payasos de la tele, presidía la tarde del sádado y lo esperaba con ilusión toda la semana. Pero no precisamente por los numeritos de acrobacias circenses, que me aburrían y me parecían siempre lo mismo. Los soportaba con impaciencia porque detrás venía el sainete de los payasos, que era la chispa y la estrella del programa. Recuerdo vagamente que una vez mi abuelo me llevó a un circo pequeño (cómo sería que aun siendo un niño impresionable ya me pareciera pequeño), pero no durante la función, sino antes. Me compró un muñeco del payaso Fofó con un saxofón que pitaba de verdad. Me pregunto qué sería de él... (¿Andeandará?).
Superada la infancia, el circo siempre me ha evocado una imagen decadente. Números de acrobacia manidos, mil veces vistos en televisión; animales denigrados en espectáculos humillantes, y mantenidos en unas penosas condiciones por las estrecheces económicas; ese triste testimonio de Ángel Cristo, que se lo comían los leones tan pronto volvía a la jaula tras salir del hospital (tal vez huyendo de las "leonas" y buitres que lo acechan fuera).
Pero quizá lo que más me deprime del circo tradicional es el trato a los animales. Siempre me he negado a contemplar cualquier clase de exibición que suponga directa o indirectamente maltrato a animales. Y para éstos el circo debe de ser infierno en la Tierra (con la excepción de los Toros, que tienen su circo romano especializado en las plazas). Humillados en espectáculos que los ridiculizan, encarcelados en jaulas claustrofóbicas, malnutridos y enfermos, careciendo de los cuidados veterinarios e higiénicos que necesitan, y lo más triste: maltratados de forma sistemática en virtud de su "entrenamiento". Son muchas las asociaciones de animales y zoos que, tras aceptar acoger un animal abandonado por un circo, denuncian el dantesco estado en que les llega. A veces lo único que pueden hacer por ellos es proporcionarles una muerte digna. No tengo palabras para describir este horror.
Para completar el cuadro surrealista de decadencia, una historia familiar: una tía mía se casó con un acróbata. Se conocieron en el Tivoli World (otro rincón de decadencia, entonces en su esplendor) donde ella trabajaba de telefonista y él fue a hacer unas actuaciones con un número de lanzamiento de cuchillos. Había trabajado en un circo, donde también aprendió a hacer acrobacias en el trapecio. Hasta llegó a actuar en el programa de Íñigo haciendo de extra, en el papel de un Gran Jefe Indio cabreado porque el prota bueno había seducido a su hija. Pegaba un par de carreras por la galería del piso superior del decorado, se colgaba en la lámpara de un brinco, y con una cabriola aterrizaba en el suelo, plantándose delante del prota. Ah, sí, también tenía texto: soltaba un contundente "¡Jau!", o algo por el estilo. Durante una década se dedicó a montar negocios -muy emprendedor él- en diversas actividades (desde una carnicería hasta un estudio de fotos, pasando por sacarse la licencia de piloto de avionetas), que siempre abandonaba en cuanto se hartaba a los pocos meses. Llevaba en las venas la necesidad de cambiar constantemente de lugar y ambiente, no podía estar mucho tiempo haciendo lo mismo. Un buen día acabó largándose. Dejó en la familia un recuerdo imborrable de la 'calidad personal' de la gente del circo.
Con todos estos antecedentes, la imagen que tenía del circo difícilmente podría ser más deprimente. Hasta que Inma se enteró que rondaba por aquí el Circo Chino, y me insistió en que fuéramos. Dejándome arrastrar por su ilusión fui, aunque con poca convicción.
La primera sensación que tienes al entrar es que la carpa es más pequeña por dentro de lo que te imaginas. Uno siempre tiene la imagen mental de los grandes espectáculos de circo de los años 30 y 40, con carpas inmensas, palos estratosféricos y varias pistas, como los que se veían en las películas americanas. Bueno, en realidad no me decepcionó porque ya contaba con ello. Y aquí acabaron mis reticencias.
El espectáculo nada tiene que ver con los prejuicios que yo tenía. La puesta en escena es muy artística. La armonía de danza, música y luces lo acerca más a un espectáculo de teatro. Por supuesto, hay muchas acrobacias. Y no todas son completamente originales, hay algunos números clásicos, pero en general éstas me sorprendieron tanto como la puesta en escena. Quizá por el minimalismo: hay que ver la imaginación que tienen para sacarle partido a cuatro cuerdas y tres aros. Y hay que ver la fortaleza que hay que tener para hacer lo que hacen. Además, no es lo mismo ver una pirueta en una tele pequeña mientras te tomas un refresco cómodamente repanchingado en tu sofá, que verlo en vivo a unos metros encima tuya y bajo la magia una carpa.
Van alternándose números masculinos y femeninos. En el espectáculo trabajan un montón de chinos/as (sé que son distintos, no por que fuera capaz de distinguirlos -parecen fotocopias-, sino porque salen todos juntos en un número de danza al principio), aunque evidentemente cada chino actua en más de un número. Lo cual no hace sino añadirles mérito. Hasta los niños tienen su propio número, y me impresionó por su dificultad, y lo cachas que están para lo pequeños que son. Críos de diez o doce años trepando y pegando brincos, con cuerpos pequeños pero con proporciones de adulto.
Hay un número en particular con dos parejas, en el que vuelan en una mezcla de fuerza y delicadeza, que me hizo emocionarme. El acróbata, colgado de un trapo en una postura irreal que le exige un enorme esfuerzo, parece sin embargo relajado y coge a su pareja con el gesto de quien levanta a un bebé de la cuna. La ejecución fluye con tal maestría que lo hacen parecer fácil.
El Gran Circo Nacional Chino es un circo actualizado, en la línea del Cirque du Soleil (Circo del Sol). Una evolución del concepto que mezcla arte (danza, música, puesta en escena) y circo (espectáculo, acrobacia y pirueta, sorpresa e ilusión) a partes iguales. Zensation, el espectáculo que han traído a España, ha ganado un premio en el Festival de Montecarlo, que al parecer viene a ser como los Óscar del circo.
No revelaré más, sólo me queda recomendaros que si tenéis la oportunidad, no os lo perdáis. Es un poco caro, pero merece la pena, y hay que entender que trabajan un montón de artistas y auxiliares, y eso hay que pagarlo. Cambiará vuestra visión del circo.
P.S. Releyendo el texto me he dado cuenta de que esto parece el guión de un anuncio prototípico de producto-sensación, de los que salen por las noches en televisión, en los que se muestran los supuestos testimonios personales de una serie de supuestos clientes convencidos: "Yo había probado muchos productos y artilugios para perder peso, me gasté montoooones de dinero pero ninguno funcionó. Me habían engañado muchas veces y era muy reacio a probar cosas nuevas. Había perdido completamente la esperanza, mi vida era un infierno. Pero desde que probé el sensacional 'Wonder Fat Destroyer', mi vida ha cambiado por completo. He perdido 40 kilos y ahora soy una persona feliz. Me han ascendido en el trabajo y he hecho nuevas amistades. ¡Ah!, y lo mejor de todo: ¡mi marido ha dejado de roncar! ¡Gracias, Wonder Fat Destroyer!"
Como sé que a estas alturas del rollo nadie me va a tomar en serio si intento convencerlo de lo contrario, haré de la adversidad una oportunidad, y aprovecho la ocasión para ofrecerme a los responsables de la gira del circo en España: si me lo pagan bien estoy dispuesto a repetir mi testimonio en programas de radio, centros comerciales y verbenas de barrio. ;^)
3 comentarios
El disidente -
El disidente -
El disidente -
Por cierto, a principios de año estuve con Andrea en Saltimbanco.....