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Haddharamma

Ars Photographica

Quimiosaurio Reflex

Quimiosaurio Reflex Creo que a estas alturas debo de ser el último españolito que aún no tiene cámara digital. El delito es doble teniendo en cuenta que soy informático.

Hasta hace un par de años las cámaras digitales no le llegaban a los zapatos a las analógicas. La diferencia de calidad (tanto en las prestaciones del equipo como en la foto final) era enorme. Todos los aficionados "serios" seguían tirando película. Poco a poco me fui haciendo con un equipo "redondo", y fui controlando las técnicas tradicionales de exposición, revelado, positivado, digitalización...

Y ahora resulta que en un año cambia todo: lo analógico está obsoleto, la química es cosa de nostálgicos, lo moderno es lo digital. Todo el mundo va por la calle con sus compactas haciendo flexiones de cuello y brazos (como si sus contorsiones pudieran obligar a ese campanario tan alto a caber en la foto). Si sales con tu réflex, el comentario automático es: "Ah, que no es digital... ¿Pero todavía sigues con película? Pásate al digital, hombre, que es mucho mejor..."

La semana pasada cayó la gota que colmó el vaso. Le hice como regalo el reportaje de boda a un amigo, y fui a mi laboratorio de confianza (el mismo que hace seis meses no tenía máquina de revelado digital). Cuando suelto los siete rollos en el mostrador, se me queda mirando el técnico y me dice: "¡Pero hombre, no me digas que has hecho una boda con película!"

Me sentí completamente dinosaurio. Yo pensaba que todavía habría bastantes profesionales tirando película, pero parece ser que sólo quedamos cuatro gatos (e imagino que los otros tres estarán a punto de jubilarse).

La fotografía digital no es mejor ni peor que la analógica. Cada una tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La principal ventaja de la analógica es la mayor calidad de imagen (sí, aún le faltan unos cuantos años a la digital), y en mi caso (como la mayoría de aficionados), que ya tengo todo el equipo. Para pasarme a digital tendría que empezar casi desde cero, y volver a gastarme una pasta.

Además cualquier equipo digital se queda completamente obsoleto en 2 años (como mucho), mientras que la fotografía analógica ha alcanzado un gran nivel de madurez. Una buena cámara de hace 7 años sigue siendo una buena cámara ahora. Mi F80 tiene ya 5 años y Nikon aún no ha sacado su sucesora. Y cuando lo haga, traerá cuatro pijadas/comodidades más (que no echaré en falta), pero no hará mejores fotos. En la fotografía química la calidad depende de la óptica, la película, y sobre todo el fotógrafo. Los buenos objetivos de hace 20 años siguen estando igual de cotizados ahora en segunda mano, dan mucha más calidad que los actuales zooms de plástico y policarbonato de consumo masivo (aunque también ahora se hacen buenos objetivos, hay que pagarlos, como entonces).

La ventaja de la digital es la comodidad y sobre todo el ahorro de tiempo. Todo el mundo hace sus fotitos, llega a casa por la noche, enchufa la cámara al ordenata y ¡plis!. A enviarlas por correo, grabarlas en CD o subirlas a flickr. La fotografía analógica requiere mucho más tiempo, dedicación y conocimientos. Hay que revelar, ordenar los negativos, y si tienes ampliadora (yo usaba la del taller de fotografía, pero este año no he podido apuntarme), encerrarte horas en el cuarto oscuro a hacer el otro 50% que supone la fotografía: la edición. Y hay más inconvenientes, como la rápida caducidad (además del coste) de los químicos de revelado, el rollo de tener siempre las sesiones de fotos a mitad entre una película acabada y otra empezada, nunca llevas cargada la película apropiada (llevas B&N y te encuentras con un motivo que rebosa color, llevas ISO 100 y te metes en unas callejuelas que necesitan 800)...

Además en mi caso también quiero aprovechar las ventajas del digital, así que toca digitalizar, limpiar y ajustar cada foto. Un trabajo de chinos. Y claro, así me cunde poco, me agobio por la cantidad de tiempo que me absorbe para producir una escasa colección de fotos... Tiene mucho trabajo, nadie te reconoce el mérito, y encima quedas como un dinosaurio.

Y no crean que mi reluctancia a cambiarme a digital es por un integristo químico-purista. No soy ningún talibán de las Sagradas Técnicas Arcanas. Cambiaría gustoso todas las muchas virtudes de la química por la comodidad, ahorro de tiempo y productividad del digital. Pero es que aquí viene otro inconveniente: cuando se ha practicado una afición con un buen equipo, luego no te conformas con cualquier juguete.

Y las cámaras compactas son eso: juguetes. Algunos muy sofisticados, pero al cogerlos te producen la misma sensación que cuando un pianista prueba un Casiotone. Sí, muy bien, muy barato, muy ligero, muy práctico, hace muchas cositas... pero esto no es un instrumento musical, comparado con un piano, esto es un juguete.

Por supuesto están las réflex digitales, que se han abaratado considerablemente en los últimos dos años (desde el olimpo de los 9000€ a la barrera psicológica de los 1000€). Pero sigue siendo una pasta, y hay que sumarle un objetivo zoom, tarjeta de memoria y algún que otro complemento.

Así que no es por la menor calidad, ni por la inmadurez técnica, ni por la rápida obsolescencia, ni por las pobres prestaciones. Ni siquiera por nostalgia. Lo que me separa de pasarme a digital son los 1200€ que cuesta la Nikon D70s.

A veces me siento taaaan dinosuaurio...

Richard Avedon

Richard Avedon Cada vez que muere un artista desaparece una mirada del mundo, de ésas que te enseñan a ver lo que siempre has tenido delante.

Hoy ha muerto Richard Avedon. Para quienes no lo conozcan, era uno de los mejores fotógrafos retratistas americanos, junto con Walker Evans y Arnold Newman.

Capaz de contar una historia, una persona, en una sola foto. Su trabajo más notable fue recorrer el medio oeste fotografiando trabajadores, personajes, muchos al borde de la marginalidad. El retrato condensado en su esencia, prescindiendo del entorno y del fondo (generalmente blanco), concentrado por completo en el personaje, tallando la emoción de la persona.

Una vez más el mundo se vuelve a quedar un poquito más solo.

Cartier-Bresson

Cartier-Bresson Ha muerto uno de los genios de la fotografía que más admiro: Henri Cartier-Bresson. Tenía 95 años, y abandonó la fotografía hace treinta, a pesar de lo cual dejó un legado monumental.

Maestro junto con Robert Doisneau y Brassaï en el arte de captar el momento, el instante mágico, con su cámara Leica (otro mito dentro de la técnica fotográfica) viajó por todo el mundo retratando los paisajes urbanos y sus gentes, las atmósferas, las formas de mirar la vida.

Como siempre, tras la muerte de un genio el mundo siempre se queda un poquito más solo.

Aventuras en el Palacio (... de Congresos y Exposiciones)

Aventuras en el Palacio (... de Congresos y Exposiciones) Como no tengo historias fotográficas recientes que contar, os cuento una de las aventurillas de este verano.

En Agosto estuve haciendo unos trabajillos para una empresa que está en el Palacio de Congresos y Exposiciones de la Costa del Sol (Torremolinos). Siempre me ha parecido muy fotogénico, y desde la oficina había unas vistas muy curiosas de la azotea y la cubierta de la cúpula del hall.

Uno de los días tuve que ir por la tarde para terminar el trabajo, junto con un chico de otra empresa que tenía que darme soporte. Puesto que allí tienen jornada intensiva, y sabiendo que a esas horas no habría en las oficinas nadie más que nosotros, eché la mochila con el equipo fotográfico con intención de hacer algunas fotos furtivas cuando termináramos.

Llegué pronto, y viendo que el compañero se retrasaba, decidí aprovechar el momento (y la buena luz). Abrí una de las ventana de la oficina (cosa que me costó un par de forcejeos, porque hay instalación de aire acondicionado y se ve que no la abrían desde hacía tiempo), que además estaba en alto, así que tuve que encaramarme a un mueble archivador bajo, y sacar medio cuerpo fuera, de rodillas sobre el mueble... Cuando estaba terminando llegó el compañero de trabajo y me pilló ejecutando aquella absurda acrobacia. En fin, de perdidos al río, le conté un poco de mi afición fotográfica a modo de justificación y para darle algo de confianza y así aliviar la tensión por la ridiculez de la situación convirtiéndola en cómica, y parece que se lo tomó con humor.

Más tarde necesitaba que mi compañero me hiciera unas tareas, pero estaba ocupado hablando por teléfono, así que aproveché la ocasión para coger el equipo y buscar otros puntos de la oficina desde donde hacer más fotos. Había una buena vista desde las ventanas del recibidor, pero no había nada usable donde encaramarse a las ventanas, y además por allí pasaba gente de tarde en tarde, no quería volver a ser sorprendido haciendo piruetas y esta vez por un perfecto desconocido, o peor aún, por el pistolo del edificio para terminar explicándoselo en el cuarto de seguridad.

Observando me percaté de que había una estrecha y discreta puerta tras unas cortinas, que tenía toda la pinta de conducir o a la azotea, o a un cuarto trastero. Me pudo la curiosidad y para mi fortuna se dieron dos hechos favorables: 1) no estaba cerrada con llave; y 2) conducía a unas escaleritas ascendientes. Me colé por allí y cerré con celeridad, y subí los escalones entusiasmado con las posibilidades fotográficas que me brindaría el acceso a la azotea superior, sin darme cuenta de que mientras los escalones iban ascendiendo, el techo se mantenía a una altura fija, de manera que la altura "libre" del pasadizo se iba reduciendo hasta desembocar al final en una puerta de unos 1,50m de altura.

El coscorrón fue tremendo, casi me caigo para atrás. Es increíble la energía que uno ejerce cuando va subiendo unas escaleras con paso firme, uno no lo siente en los pies al pisar, pero cuando esa misma energía repercute sobre la propia mollera, se toma conciencia instantánea de su magnitud. Mi primer pensamiento tras el aturdimiento fue: "¡uy, con el cabezazo he hecho ruido!, ¿me habrán oído?". Decidí que había sido torpe pero discreto. Aunque el golpe resonó en mi cabeza, darse contra un techo de suena muy poco para un observador próximo, a pesar de lo que siempre nos han enseñado las películas de acción (y en particular en la Bíblia de las Yoyas: las de Bud Spencer y Terence Hill).

Así que una vez tranquilo de no haber sido descubierto, me asaltó mi segundo pensamiento: "Esto duele, y me va a salir un chichón; pero ésta es una cuestión intrascendente comparado con lo peor: ¿se habrá resentido mi calva?" Cada edad tiene sus abundancias y sus carencias inherentes, y a si a los 17 años me faltaba dinero y me sobraba melena, actualmente ando escaso de ambas cosas. Estoy seguro de que me dejé algunos pelillos impresos en el cemento del techo con la violencia del coscorrón, ¡con lo mucho que yo mimo los pocos que me quedan!

Todavía algo resentido me apresuré a abrir el trípode, desplegar el equipo fotográfico y hacer unas cuantas fotos que resultaron interesantes. Luego recogí todo, procurando no dejarme nada. Soy muy despistado, y no era cuestión de tener que volver otro día dando explicaciones al pistolo: "No, que es que yo... este... el otro día... verás, te vas a reir... olvidé un filtro en la mesa de trabajo pero sé positivamente que en realidad unos duendecillos misteriosos me lo han arrebatado y se lo han llevado a su guarida secreta en la azotea, ésa a la que se llega por un pasadizo con un techo engañoso en el que si no vas con cuidado te puedes dejar la calva (prueba irrefutable de que los duendes existen es que el techo está hecho a su medida), y que si no le importa que suba a recogerlo. No, a la comisaría no, yo en realidad me refería a la azotea... verás, que te explico, si al final nos vamos a reir y todo..."

Volví a bajar teniendo esta vez cuidado tanto de no golpearme como de no hacer ruido, y me paré unos segundos en la puerta, a escuchar si había alguien por allí. Si te pillan entrando por una puerta privada siempre puedes decir que ibas buscando el lavabo, pero si te pillan saliendo tras haber pasado varios minutos dentro, es más comprometido hacer creíble la excusa. No se oía a nadie, así que atravesé la puerta con valentía, y por poco me pilla alguien que subía en el ascensor. Apresuré el paso y me metí pronto en la oficina. Lo cierto es que yo no debía haber andado fuera de la oficina para ir a ningún sitio que no fuera al baño, y menos cargado con un voluminoso y vistoso equipo fotográfico. Entre las exploraciones, el golpe y las fotos me había retrasado bastante, y mi compañero, que ya había terminado de hablar por teléfono, llevaba un buen rato esperándome sin saber dónde me había metido. De nuevo tuve que presentarle excusas y contarle una historieta, ni recuerdo qué le dije (aunque desde luego, no fue la verdad).

Pero el verdadero interés arquitectónico del edificio, al margen de la emoción de la aventurilla en la azotea, está en interior del hall principal. El pistolo anda siempre cerca y no da tiempo a hacer fotos furtivas. Así que decidí echarle otro tipo de valor y pedir permiso oficial para hacer fotos. Al día siguiente pregunté a mi cliente (que precisamente es el encargado de gestionar el banco de fotos para su empresa) qué tenía que hacer para conseguir permiso, y como tenemos algo de confianza me dio su consentimiento para dirigirme en su nombre al administrador. Gracias a esta pequeña trampa logré ese permiso sin el menor problema, pude elegir cualquier fecha, y escogí un día festivo, con lo cual aquello estaría desierto y tendría todo el edificio para mí solito.

Fui dos días más tarde, una mañana con el cielo nublado, lo cual me proporcionaba una iluminación suave a través de la cúpula, perfecta para el interior. Esta sesión de fotos tuvo muchas menos aventura, las emociones fueron estrictamente fotográficas.

Estuve haciendo fotos durante casi tres horas, aquello dio para muchas más fotos de las que yo pensaba, tiré un rollo y pico de película, y eso aun tratándose de fotos en las que había que tomarse su tiempo para buscar el ángulo perfecto, medir las luces, situar el trípode con precisión... Al final, cuando ya me iba, decidí ganarme al pistolo dándole un poco de conversación, me intersé por su trabajo allí. Resultó ser muy amable, en la conversación salieron mis conocimientos de informática y me hizo una consulta técnica acerca de un problema con una tarjeta de sonido, le di algunos consejos y parece que le sirvieron.

La anécdota final es que, tras habérmelo "ganado", me comentó que se podían hacer también fotos desde la azotea. Tuve que hacerme el nuevo y preguntar desde qué sitios se podía hacer (en realidad yo ya había hecho fotos de la azotea e iba buscando descubrir si había otras zonas del edificio donde se pudiera acceder a través de otros ocultos pasadizos secretos). Me condujo precisamente a través del camino que yo había descubierto clandestinamente unos días antes, y al pasar por el pasadizo me fijé en si mi incidente había dejado alguna marca. Al comprobar que no, hasta me permití hacerle el comentario del peligro que tenía aquel techo para alguien que subiera distraido. La sensación que tuve debe de ser parecida a la de un ciminal que visita de nuevo la escena del delito, y sintiéndose impune al comprobar que los pensamientos de culpabilidad no son audíbles ni tampoco telepáticos, se permite hacer tranquilamente un comentario al policía de turno.

Siguiendo con la escenificación, tuve que hacer alguna foto para justificar la molestias por la excursión hasta aquel rincón, y procuré apresurarme porque no quedaban allí fotos interesantes que no hubiera hecho ya, y también porque la madre naturaleza había escogido aquella esquina para instalar un avispero, y no era cuestión de tentar más a la suerte, que tan generosa había sido conmigo hasta el momento.

Y aquí acaba la historia. La foto que va adjunta es una de las que hice en el hall principal. Otro día prometo enviar una de las que hice "robadas", que resultaron ser menos interesantes que la historia de cómo logré hacerlas.